Reflexiones de maestros

Discurso en defensa del paisaje

Speech in defense of the landscape

Dimitris Pikionis
Gustavo Carabajal (Traductor)
Universidad Nacional de Rosario, Argentina

A&P continuidad

Universidad Nacional de Rosario, Argentina

ISSN: 2362-6089

ISSN-e: 2362-6097

Periodicidad: Semestral

vol. 11, núm. 20, 2024

aypcontinuidad@fapyd.unr.edu.ar

Recepción: 01 Mayo 2024

Aprobación: 22 Junio 2024



DOI: https://doi.org/10.35305/23626097v11i20.476

CÓMO CITAR: Pikionis, D. (2024). Discurso en defensa del paisaje. A&P Continuidad, 11(20), doi: https://doi.org/10.35305/23626097v11i20.476

Nadie se preocupa por sus descendientes quienes, a su vez, nunca se preocupan por sus predecesores. Wordsworth

Cuando Grecia, después de las más duras luchas, se liberó de un yugo maldito, era natural que se viera privada de esos conocimientos y hábitos elementales propios de una civilización avanzada... Aquí la discusión gira en torno a las catástrofes que el hombre provoca en el paisaje natural. Quizás los arquitectos, griegos y extranjeros, que vivían en Atenas en aquella época también tengan la culpa de ello.

Sin embargo, justo antes de que se produjera la liberación, ocurrió el acontecimiento del que hablaré ahora. Cuando Andrutsos asediaba a los turcos que ocupaban la Acrópolis, de repente se oyeron ruidos de pedazos de mármol al romperse: los turcos estaban escasos de plomo y rompían los mármoles para sacar los clavos de las juntas y así procurárselo. Andrutsos envió a cuatro jóvenes valientes para descubrir por qué los turcos rompían los mármoles. Y cuando regresaron y le dijeron el motivo al comandante, él mismo envió algunas bolsas de proyectiles a los turcos. Naturalmente, quien lo indujo a ello fue su secretario, el primer arqueólogo griego que conocemos, el memorable Pittakes.

Sin embargo luego, cuando se empezó a construir la nueva capital, los arquitectos de la época no tomaron ninguna medida, aunque sólo fuera para poder alejarla lo más posible de la Acrópolis y de la zona arqueológica de la antigua ciudad. E incluso hoy –cuando se discute tanto la cuestión del barrio más antiguo de Atenas, la Plaka– un distinguido arqueólogo, Andreas Papaghiannopulos, me decía que aún no se había determinado el mapa exacto de la antigua Atenas.

Pero, al mismo tiempo que se reconstruía la nueva capital, las colinas también comenzaron a utilizarse como canteras: ese maravilloso conjunto de colinas que parte de Turcobunia y, comprendiendo el Licabetto, la Acrópolis y las colinas de las Musas, de la Pnice y de las Ninfas, termina en la colina de Sicilia y se desvanece hacia la llanura marítima de Falero.

Entre las primeras colinas que sirvieron de cantera para la construcción de la Nueva Atenas, se encuentra la muy visible Licabetto, cuyo perfil característico fue distorsionado. El perfil de la colina, según el testimonio de un viajero francés, se parecía a los bucles de un dragón que avanzaba hacia la Acrópolis: una base indispensable para su divinidad, un símbolo inseparable de ella. Pero, de aquella forma a espiral de la época, no queda más que la admirable forma de su mole y un aspecto piramidal, propio de las regiones del norte y completamente ajeno al espíritu del Ática.

Adecuación para el
acceso a la Acrópolis de Atenas, Arq. Dimitris Pikionis.
Figuras 1 y 2
Adecuación para el acceso a la Acrópolis de Atenas, Arq. Dimitris Pikionis.
Fotografia: prof. Arq. Alberto Ferlenga, archivo personal.

En aquella época, también se utilizó como cantera la antiquísima colina de las Musas y la colina de Filopappo: es decir, las colinas más visibles. Para concluir con esta distorsión de las colinas que rodean la Acrópolis, hay que añadir que el mayor estrago es la larguísima y profunda cantera situada en las laderas occidentales de la colina de las Ninfas.

Todo el paisaje de Atenas ha cambiado. De colinoso y accidentado, ha sido suavizado, allanado por la aplanadora del tiempo...

Aquellos antepasados ​​nuestros tenían una profunda conciencia de lo incomparable que era esta tierra y sintieron que habían cumplido su deuda con ella. Tagore dice, respecto a la India, que “pagó a la madre naturaleza con devoción y amor”: estas palabras se adaptan perfectamente a los antiguos habitantes de esta tierra nuestra. Así canta Eurípides:

Felices en la antigüedad eran los descendientes de Erecteo. e hijos de los dioses benditos, de la sagrada tierra invicta, nutridos de espléndida sabiduría, siempre dulcemente entrando en el éter luminosísimo, donde dicen que una vez las nueve Pierides, las castas Musas fueron generadas por la rubia Armonia. Medea, 824-833

Sus palabras muestran claramente cómo la sabiduría de los antiguos era la sabiduría de la misma tierra que habitaban. Su cariño por los dos ríos de su tierra, sus “aguas benditas”, como llaman al Iliso y al Cefiso, es infinito.

En aquella época había lugares por los que no se podía caminar, a los que nadie podía violentar y cuyo nombre ni siquiera se podía pronunciar. Había templos y umbrales inaccesibles revestidos de cobre que pertenecían a las terribles deidades ctónicas...

Pero estos santuarios de la religión de un pueblo milenario hoy están completamente perdidos: no están registrados en ningún mapa arqueológico de Atenas, no sólo para permitirnos saber dónde se encuentran, sino también para que pueda haber una correcta conexión jerárquica con construcciones contemporáneas… ¿Y esto por qué? Porque en los roles de los servicios públicos parece que pasan individuos que no conocen la historia, hombres sin cultura y sin alma. Sucede que hace apenas unos años el lecho del Iliso pasaba mucho más lejos de donde actualmente se encuentra el Museo Bizantino. Pero la decisión de dejar fluir dentro algunas cloacas ha firmado la sentencia definitiva de condena del proyecto correcto: el enterramiento no sólo no es una solución, sino que significa abandonar cualquier posibilidad de solución... ¿Tal vez hayamos cumplido con nuestro deber en Eleusis, el santuario del Alma, asfixiando los edificios sagrados en medio de una fábrica de cemento, una estación de tren y una cantera horrible? El mismo orden de cosas conducirá también, dentro de muy poco tiempo, a la reducción del Pentélico, la montaña más noble del Ática, en “tierra y cenizas”.

.................................................................

El título original de este texto es Discorso in difesa del paesaggio, publicado en Pikionis 1887-1968, monografía editada por Alberto Ferlenga, Electa, Milán, 1999 (p. 344).

Información adicional

CÓMO CITAR: Pikionis, D. (2024). Discurso en defensa del paisaje. A&P Continuidad, 11(20), doi: https://doi.org/10.35305/23626097v11i20.476

Enlace alternativo

Modelo de publicación sin fines de lucro para conservar la naturaleza académica y abierta de la comunicación científica
HTML generado a partir de XML-JATS4R