Reflexiones de maestros

Conferencias sobre higiene pública (Selección)

Lectures on public health (Selection)

Guillermo Rawson
Senador Nacional por la provincia de San Juan (1874), Argentina
Oscar Bragos (selección)
Universidad Nacional de Rosario, Argentina
Silvina Pontoni (selección)
Universidad Nacional de Rosario, Argentina

A&P continuidad

Universidad Nacional de Rosario, Argentina

ISSN: 2362-6089

ISSN-e: 2362-6097

Periodicidad: Semestral

vol. 8, núm. 14, 2021

aypcontinuidad@fapyd.unr.edu.ar



DOI: https://doi.org/10.35305/23626097v8i14.304

CÓMO CITAR: Rawson, G. (2020). Conferencias sobre higiene pública (Selección) (Selección Oscar Bragos y Silvina Pontoni). A&P Continuidad, 8(14). doi: https://doi.org/10.35305/23626097v8i14.304

Los efectos de la pandemia en el 2020 pusieron en un lugar destacado la preocupación por la salud de la población asociada a sus condiciones de vida en la ciudad (vivienda, saneamiento, espacios públicos, movilidad, entre otros). En el debate acerca de la relación entre salud y ciudad se remitió en más de una oportunidad a los higienistas del siglo XIX y a sus propuestas para mejorar las condiciones de vida de la población en las ciudades, en particular de la población pobre. Por tal motivo, en la sección Reflexiones de Maestros, nos permitimos recordar a los higienistas argentinos, de destacable actuación en los ámbitos de la función pública, la academia y la medicina (Guillermo Rawson, Pedro Mallo, Eduardo Wilde, Emilio Coni, José Penna, José M. Ramos Mejía, entre los más destacados).

Concretamente, recordamos a Guillermo Rawson, considerado el padre del higienismo argentino, rescatando conferencias publicadas en 1876 por la editorial Donnamette & Hattu de París bajo el título de Conferencias sobre Higiene Pública dadas en la Facultad de Medicina de Buenos Aires por el Dr. D. Guillermo Rawson (1874). Algunas ya habían sido publicadas en el entonces recientemente fundado periódico La Libertad (1873), continuidad que quedó suspendida como consecuencia de la llamada Revolución de Septiembre.

En este ciclo de conferencias dictadas a lo largo de un año, Rawson expone sus ideas acerca del origen de este pensamiento sobre la salud y la ciudad,así como también, sobre los modos más apropiados para construir la ciudad (anchos de calles, altura y orientación de la edificación, densidades, parques públicos, ubicación de establecimientos de salud, infraestructuras básicas, etc.). Un relato intenso, apasionado y crudo que, a veces, puede resultar escatológico.

En esas conferencias, Rawson da cuenta de realizaciones en algunas ciudades a las cuales les atribuye una veloz mejora en las expectativas de vida de la población (desagües cloacales, distribución de agua potable, baños en los edificios de vivienda). Su preocupación por el miasma -el aire fétido que, según se entendía, transportaba las pestes-, se traduce en la insistencia de contar con amplias avenidas que permitan una rápida evacuación de los aires malsanos. Pero, por sobre todo, pone el tema de la propagación de las enfermedades donde tenía que estar: en la condición de pobreza en que vive la población, tal como ya lo había hecho Johann Peter Franck en 1790 en su libro Popolorum miseria, morborum genitrice (La miseria del pueblo, madre de las enfermedades). Y en ese sentido, destaca el estrecho vínculo que existe entre la higiene pública y la economía política como ciencias solidarias.

Oscar Bragos y Silvina Pontoni

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Conferencia I. Sobre la higiene pública

Sumario: Importancia de la higiene pública. Consideraciones teórico-prácticas sobre este asunto.

La higiene pública debe despertar la más profunda atención, no solo en el médico que, ocupándose más especialmente de combatir las enfermedades desarrolladas en el organismo, no debe olvidar este importante medio profiláctico de una gran parte de las dolencias, sino que también debe interesar sobremanera a todos los que, provistos de ciertos conocimientos indispensables, están en aptitud de prestar servicios de alta importancia a su país, aconsejando a los encargados de la administración pública medidas saludables sobre saneamiento de ciudades y, en general, sobre higiene de todo el territorio.

La ciudad de Buenos Aires, que tomaremos como modelo en nuestros estudios sobre higiene pública, dará a nuestra observación los elementos más evidenciados de que sus fundadores no tuvieron suficiente previsión para hacerla un centro saludable, es decir, nos revelará a todas luces que la higiene, ese importante ramo del saber humano, era muy negligido por los que primero la poblaron. Sus calles tan estrechas que impiden la circulación amplia y libre del aire atmosférico, es el inconveniente que a primera vista se presenta al ojo del observador; inconveniente tanto más incomprensible y deplorable, si se tiene en cuenta la inmensa extensión de nuestro territorio. Son pulmones demasiado pequeños que necesariamente amenazan asfixiar a la sociedad bonaerense.

Si dirigimos nuestras miradas a la Europa, foco de luz y espejo de la civilización, observaremos que la ignorancia, o más bien dicho, el desprecio por los preceptos higiénicos, no ha sido tan solo peculiar a los fundadores de Buenos Aires.

Hay muchas ciudades cuya organización material revela poca previsión de parte de los que primero las poblaron. Pero sucede allí lo que desgraciadamente no sucede entre nosotros, y es: que los conocimientos teórico-prácticos, en este punto como en otros, merecen una atención decidida por parte de los hombres encargados de la administración, y se llevan a cabo reformas colosales que, si bien cuesta ingentes sumas de dinero a la población, encuentra esta en cambio el beneficio impagable de la salud, es decir, de la prolongación de la vida.

La
ciudad de Rosario a mediados del siglo XIX: Muelle de Castellanos.
Figura 1
La ciudad de Rosario a mediados del siglo XIX: Muelle de Castellanos.
Fuente: Álbum de Recuerdos del Rosario de Santa Fe Georges H. Alfeld 1866. Colección Wladimir Mikielievich. Archivo Fotográfico Museo de la Ciudad.

Londres, ciudad de cuatro millones de habitantes, entre los que se cuentan como un millón de pobres, es un modelo de la aplicación práctica de los principios científicos tendientes a mejorar las condiciones vitales de los individuos.

Londres, que hasta hace poco tiempo era una ciudad insalubre por sus calles estrechas, por sus numerosos habitantes, por el pauperismo que, como se comprende, es uno de los manantiales de donde brota la muerte, ha dado un paso muy hacia adelante en el sentido de la higiene.

Anteriormente, se había comprobado por las estadísticas que la vida media de sus habitantes era de 26 años.

Hoy, merced al dinero invertido para hacer prácticos los principios de la higiene, la vida media es de 36 años. ¡Diez años de vida ganados por la ciencia! La mortalidad no es la misma en todas las ciudades, porque la higiene es más atendida en unas que en otras.

Así, Londres acusa una mortalidad anual de 1 por 41, Buenos Aires 1 por 38 y Valparaíso 1 por 19. Esta última es una cifra asombrosa que no se encuentra ni en Constantinopla, ciudad eminentemente insalubre.

La ciudad de Milán, entre otras, ha mejorado mucho sus condiciones higiénicas, invirtiendo sus habitantes inmensas cantidades de dinero para poner en práctica los dictados de la ciencia.

Los que negligen a la higiene se equivocan hasta del punto de vista económico.

En Buenos Aires, por ejemplo, las pésimas condiciones higiénicas en que se encontraba en el año 1871, fueron causa de que la epidemia de fiebre amarilla hiciese, 17.000 víctimas, pudiendo quizás no haber alcanzado esa cifra sino a 2.000 en otras circunstancias. Ahora bien, se ha calculado que cada individuo representa 1.000 pesos fuertes; lo que da una pérdida de 15.000.000 de pesos fuertes; cantidad más que suficiente para sanear la cuidad y evitar el luto y el dolor en el seno de las familias.

La
ciudad de Rosario a mediados del siglo XIX: Farmacia del Águila, calle Puerto
entre Córdoba y Rioja.
Figura 2
La ciudad de Rosario a mediados del siglo XIX: Farmacia del Águila, calle Puerto entre Córdoba y Rioja.
Fuente: Álbum de Recuerdos del Rosario de Santa Fe Georges H. Alfeld 1866. Colección Wladimir Mikielievich. Archivo Fotográfico Museo de la Ciudad.

La ciencia moderna posee grandes secretos entro los cuales se encuentra el siguiente: hasta hace poco tiempo se hubiese considerado como loco al que hubiese dicho que el hombre podía a voluntad determinar la lluvia en tal o cual paraje, porque parecía que nada había más libre e independiente que el aire atmosférico. Sin embargo, se ha comprobado hasta la evidencia que la existencia de bosques o plantaciones determina la lluvia en los parajes donde estos se encuentran.

Así, vemos que los Estados Unidos, que tienen tantas millas de ríos navegables en su territorio, se ven alimentados regularmente con la lluvia. Y esto ¿por qué? Porque las inmensas secas que existen al Norte y al Oeste ejercen sobre las aguas, que se evaporan del Atlántico y del Pacífico, una atracción prodigiosa que las precipitan sobre las tierras y sobre los ríos bajo la forma de una lluvia copiosa.

Esto, que ha constatado la experiencia se ha evidenciado por el hecho siguiente: todos saben que la madera es uno de los artículos de más consumo de los Estados Unidos. Esta madera se obtenía arrasando progresivamente los bosques. De allí resultó que la lluvia escasease y como consecuencia que los pequeños ríos se fuesen secando, amenazando con la innavegabilidad a todas las banderas del mundo. De allí resultó una cuestión internacional, la que dio por resultado un arreglo, mediante el cual se comprometieron los norteamericanos a cuidar que los árboles cortados dejasen en la tierra troncos con retoños que formasen nuevos árboles.

La higiene pública se refiere, no solamente a las ciudades, sino también a la campaña. Además, nuestra riqueza como país comercial reside principalmente en la campaña por la cría del ganado.

La seca es el peor enemigo de los hacendados. En estos últimos tiempos ha sido terrible, ocasionando la pérdida de millones de animales que se han muerto por falta de alimento, lo que quiere decir por falta de agua.

¡Qué útil sería, pues, aumentar con la ciencia nuestros medios de riqueza, propagando la conveniencia de la plantación de bosques en los sitios más adecuados, para que estos dieran por resultado la fertilidad de los campos y el progreso de la hacienda!

La lluvia puede, pues, determinarse a voluntad, no en un momento dado, pero sí con cierta frecuencia benéfica para todos.

A medida que vayamos estudiando la higiene nos iremos convenciendo de su alta importancia. Las ideas que ligeramente hemos expuesto en esta conferencia nos permiten entrever su inmensa utilidad. […]

Conferencia II

Sumario: Origen de la higiene. Su objeto. Imperfección de este arte. Causas modificatorias de la salud.

La higiene es tan antigua como el hombre. Es, a nuestro juicio, un instinto animal como el instinto del hambre, de la sed, etc. Si suponemos a un hombre aislado en el mundo, lo veremos valerse de los elementos que la naturaleza pone a su alcance para luchar con las circunstancias que amenazan su vida, por el instinto que se dice de conservación, y que podría denominarse instinto de la higiene.

El luchará contra la inclemencia del frío, poniéndose a la acción benéfica del sol; evitará la lluvia, amparándose bajo su choza, etc. Pero estos elementos de lucha no siempre le darán la victoria contra las circunstancias naturales que le rodean mortificándole. Está reservado a la ciencia el luchar con más ventaja contra los inconvenientes naturales.

Por el estudio de las leyes de la naturaleza con aplicación a la salud humana, es decir, por el estudio de la higiene, conseguirá vivir más largo tiempo.

Mas la higiene, como todas las ciencias humanas, es imperfecta y solo alcanza a prolongar la vida media de la humanidad.

El arte de prolongar indefinidamente la vida ni siquiera lo han soñado los sabios, y esto porque se han convencido muy fácilmente de la imperfección de la ciencia. Si esta fuera completa, teóricamente se concebiría la duración perdurable de la vida humana, porque entonces el hombre conocedor de todo aquello que concurre a mortificarle aún de las causas más sutiles de enfermedad, las apartaría de sí, viviría indefinidamente. Sin embargo, creemos nosotros, que aún en este caso, en la vida práctica se negligiría esta higiene perfecta, por mil circunstancias sociales e individuales, que imposibilitarían moralmente al hombre la aplicación de estos principios. Lo que nadie debe poner en duda es que, si los conocimientos naturales fuesen perfectos, la duración indefinida de la vida dejaría de ser una imposibilidad absoluta.

Y es providencial que el hombre no alcance la perfectibilidad en este sentido, porque esto que no es sino paradoja, daría por resultado una aglomeración de gente tal, que haría detestable esta vida tan largo tiempo conservada.

Un sabio matemático ha calculado que, si se supiese que durante tres mil años no muriese ningún ser humano, la cantidad que habría de estos al cabo de dicho tiempo llenaría completamente la superficie de la tierra, ocupando cada uno un espacio de 2 pies cuadrados, teniendo cada uno dos individuos sobre sus hombros.

Dejamos a las consideraciones del lector los inconvenientes que este estado de cosas traería consigo, como la limitación de los movimientos, la desaparición de los vegetales y animales, etc.

El objeto de la higiene no es otro que el de prolongar con comodidad la vida media de los hombres; y para nosotros, los habitantes de Buenos Aires, obtener lo que han obtenido los habitantes de Londres, los habitantes de Milán y otras ciudades higiénicas: 10 años más de vida.

En muchos países de Europa, el clima y sobre todo la higiene son causa de su aumento considerable en población; aumento considerable que trae por resultado la escasez de los medios para ganarse la subsistencia. De ahí el que acudan a nuestras playas para cavar tierra de nuestras inmensas campiñas. La higiene europea es, pues uno de los secretos de la inmigración.

Dijimos anteriormente que el hombre nace con el instinto de la higiene; pero sabemos también que el hombre no nace para vivir en el aislamiento. Por ley natural e instintiva también, forma primero la familia, enseguida la aldea, la ciudad, la nación, la humanidad con sus lazos de solidaridad inquebrantables; y esto como vamos a ver, tiene sus inconvenientes bajo el punto de vista higiénico; inconvenientes que como también veremos se pueden suavizar muchísimo.

Si suponemos a un individuo respirando la atmósfera de un cuarto con cierta ventilación, veremos que puede vivir en él sin perjudicar su salud. No sucederá lo mismo si se suponen 20 o 30, porque al cabo de algún tiempo, la atmósfera, cargada de ácido carbónico y de materias orgánicas exhaladas por dichos individuos, se hará nociva para la salud.

Eso es lo que pasa, en mayor escala en una ciudad por las aglomeraciones de casas y de individuos, por los excrementos, por la basura, por las aguas de consumo, etc., que dan a la atmósfera un recargo en las proporciones de ácido carbónico, materias orgánicas, amoníaco, hidrógeno sulfurado, etc., sustancias eminentemente nocivas.

La
ciudad de Rosario a mediados del siglo XIX: Mercado y plaza del mercado desde calles
Puerto y San Luis.
Figura 3
La ciudad de Rosario a mediados del siglo XIX: Mercado y plaza del mercado desde calles Puerto y San Luis.
Fuente: Álbum de Recuerdos del Rosario de Santa Fe Georges H. Alfeld 1866. Colección Wladimir Mikielievich. Archivo Fotográfico Museo de la Ciudad. ( Fig. 4)

La
ciudad de Rosario a mediados del siglo XIX: Vista hacia el oeste de la esquina
de calles Córdoba y Comercio.
Figura 4
La ciudad de Rosario a mediados del siglo XIX: Vista hacia el oeste de la esquina de calles Córdoba y Comercio.
Fuente: Álbum de Recuerdos del Rosario de Santa Fe Georges H. Alfeld 1866. Colección Wladimir Mikielievich. Archivo Fotográfico Museo de la Ciudad.

Estos inconvenientes, que no los tiene el individuo aislado viviendo en los campos, los tiene pues el individuo viviendo en sociedad. Pero las inteligencias de los individuos que viven en sociedad proveen los medios de luchar contra estos inconvenientes.

La higiene y el estudio de las ciencias físico-matemáticas, están destinados a atemperar en lo posible esta inclemencia de la naturaleza: y si bien es cierto que jamás se allanarán de un modo completo las molestias físicas que trae consigo la asociación de hombres, y que nunca una sociedad, por más higiénica que sea, se podrá comparar a la campaña; sin embargo, bien se pueden sacrificar algunos años de vida casi animal a los grandes beneficios que trae la sociedad, a saber: el progreso y el desarrollo de las facultades del alma. En el estudio detallado que vamos a emprender sobre la higiene, tal vez no tengamos tiempo de tomar en cuenta las circunstancias diversas que modifican la salud. Como quiera que sea estas han sido divididas, por la generalidad de los autores, en 5 clases y son las siguientes: 1ª circumfusa, es decir todo aquello que nos rodea fatalmente, ocupando aquí el primer rango el aire atmosférico; 2ª ingesta, es decir las sustancias introducidas voluntariamente al estómago, o sea los alimentos; 3ª aplicata, o sea todo aquello que voluntariamente ponemos en contacto con nuestro cuerpo, como el vestido, el agua , los aceites, etc.; 4ª gesta, o sea todo lo que puede estar comprendido en esta idea: contracción de los músculos de la vida animal; 5ª percepta, o sea todas aquellas causas que dependiendo de nuestra voluntad de aceptarlas o rechazarlas, impresionan a nuestros sentidos.

Algunos autores de higiene agregan a estas 5 causas modificadoras de la salud, la excreta. Nosotros creemos que esta no tiene razón de ser, pues está refundida en la circumfusa.

Conferencia XXXVI. De los hospitales

Sumario: Origen de los hospitales. El pauperismo. Razones por las que la sociedad concurre a mitigar esta calamidad. Situación de los hospitales. Hospitales-barracas inventados por los norteamericanos durante la guerra civil. La ventilación como base para la salubridad de estos establecimientos. Relación íntima entre la higiene pública y la economía política.

Los hospitales son establecimientos o casas en donde se presta auxilio a los enfermos pobres.

No nos detendremos en considerar la historia de los hospitales, por ser este un estudio largo, vago, y no pertinente a un curso de higiene.

Ocupémonos sí, de algo más importante, como es, indagar el origen de esta clase de institución, buscándolo allí en las miserias humanas, y, más tarde también, en las leyes de la ciencia.

Hemos hablado, en otra ocasión, del pauperismo, y hemos dicho que, de los países civilizados, Inglaterra es la que más padece de esta llaga social.

Indaguemos sus causas.

Antiguamente, la propiedad territorial de la Inglaterra se hallaba dividida o en poder de 243.000 propietarios. Poco a poco, fue produciéndose la absorción, y la propiedad quedó en manos de solo 33.000 individuos. De manera que 210.000 propietarios quedaron desposeídos de sus bienes raíces.

Para comprender fundamentalmente este fenómeno, fijémonos bien en este principio de la economía política: allí donde la demanda de trabajo se armonice con el número de trabajadores, no puede haber pobreza; esta es una excepción, como en el caso de un individuo que se enferma, y no puede, por medio del trabajo, suministrar socorro a su familia, la cual cae en la indigencia; como en el caso de un individuo arrastrado por las pasiones o presa de algún vicio arraigado, etc.; pero cuando la demanda es poca y el número de trabajadores es muy considerable, sobreviene la explotación del que se encuentra en condiciones de dar trabajo; pues, si un individuo, en épocas normales, gana 8 chelines por semana, en épocas especiales, es decir, en las que se refieren al segundo caso de que hablamos, no se le ofrecerán, por ejemplo, sino 2 chelines en premio de su trabajo.

De este modo, empieza a establecerse el desequilibrio social. El que trabaja, ganando poco, no puede ahorrar, y se halla colocado, así, en la pendiente de la miseria; el que da trabajo, puede ahorrar mucho, y marcha por la vía de la opulencia.

¡Hasta qué punto ha llegado en Inglaterra esta triste distinción!

Allí 33.000 individuos o, mejor dicho, 33.000 familias son dueñas de casi toda la tierra inglesa, debido a la suerte, a la casualidad, a la fortuna; y esta última palabra es la que con propiedad se aplica a los individuos ricos. “Es un hombre de fortuna”, se dice, y esto porque, efectivamente, depende de su fortuna, de su suerte el que, empleando el mismo esfuerzo que otros en el sentido de adquirir riqueza, sea mucho más rico que ellos.

Desde veinticinco años a esta parte se viene reaccionando en Inglaterra, contra esta calamidad social, debida, en gran parte, a la suerte, quizás a la legislación, como también a otras causas, y se vienen gastando anualmente, 8 o 10 millones de libras esterlinas, para subvenir a las necesidades más apremiantes de la clase pobre.

De manera que, una parte de lo que el rico, el propietario, ha ido recibiendo, absorbiendo, desposeyendo (proceso que ha originado el pauperismo) con la mano derecha, y guardándolo en su bolsillo, ha tenido que sacarlo con la mano izquierda para dar al pobre alimento, vestido y habitación.

¿Por qué?

Por tres razones: la primera, por el interés, de conservar el orden social, pues el hambre haría disimulables los mayores excesos, y, disimulables o no, ellos se producirían inevitablemente. No teniendo qué comer, los pobres se sublevarían, se entregarían al robo, y ¿quién sabe? al asesinato.

La segunda razón, no ya subjetiva y egoísta, como es la anterior, emana de los sentimientos religiosos y filantrópicos.

La tercera, que consulta los intereses generales, está fundada en la relación íntima que tiene el pauperismo con la higiene.

La pobreza es una de las causas poderosas de enfermedad; ya lo hemos dicho, y lo repetimos. Tres circunstancias, principalmente, hacen al pobre enfermizo: 1ª la escasez y la mala calidad de su alimento; 2ª sus vestidos, que no pueden ajustarse, como debieran, ni al rigor de las estaciones, ni a la limpieza que reclama la higiene; 3ª su habitación, que ha de ser fatalmente malsana.

La última razón que explica el gran desembolso verificado anualmente por Inglaterra, no solo tiene en cuenta la buena higiene de la clase pobre, con independencia de la clase rica; no, como antes hemos dicho, ella consulta los intereses generales: porque, dejando al pobrerío en sus condiciones miserables; se atienta, no tan solo, a la buena salud de esta clase desgraciada, sino también a la de los que viven en los palacios, pisando el raso, adornando su cuerpo con delicadísimas telas, y aspirando el aroma que se desprende de los pebeteros.

El pauperismo es una gran fuente de infección atmosférica.

¿Cómo tiene tal acción?

Creemos innecesario decirlo. Basta figurarse con la imaginación el cuartujo, el sótano donde viven adocenados los indigentes, faltos de calor y de luz, sin cama ni ropa para cubrirse las carnes, sin alimento suficiente para reparar las pérdidas que continuamente experimenta el organismo humano, rodeados de las inmundicias que ellos mismos diariamente producen; basta figurarse el incalculable número de viviendas en estas condiciones que posee la ciudad de Londres, por ejemplo, para comprender muy fácilmente cómo tanto foco de miasmas y de gases, en presencia de la atmósfera, la afectarán y cómo esta, verdadera demócrata (como lo es toda la naturaleza física, quedando la aristocracia y la insolencia para lo que podría llamarse una aberración del espíritu humano), sirviendo de vehículo, llevará el veneno mortífero, la causa de enfermedad, desde el maremágnum de inmundicias donde se revuelve el pobre hasta los regios salones donde mora el acaudalado propietario.

El pobre es pues un ser que vive muy amenazado por las enfermedades, y como no tiene recursos para combatirlas, la sociedad debe proveer a este fin.

¿De qué manera?

Dos cuestiones se han presentado: 1ª que los pobres recibiesen en sus propias habitaciones el auxilio de la ciencia; 2ª que se estableciesen casas especiales con este objeto.

La primera es un absurdo; porque las circunstancias que rodean al enfermo harían ineficaces los mejores cuidados.

La idea de la institución de los hospitales es la que ha prevalecido. Ellos aparecieron con el cristianismo, por lo cual son una institución cristiana; aceptada más tarde por los progresos de la higiene.

Ahora bien, ¿debe el pobre enfermo acudir a estas casas de caridad, en busca del consejo y del remedio? Esto lo podrían hacer solamente algunos enfermos, pero los más se hallarían imposibilitados, por la naturaleza de sus males, que les impediría exponerse a la acción meteórica, o porque se encontrasen inhábiles para la locomoción.

Luego, pues, ha sido necesario arreglar los hospitales de manera de recibir y contener, por un tiempo indeterminado, a los enfermos pobres, para que estos disfruten allí de los recursos que tal vez han de curar sus dolencias.

Dejando, por el momento, a un lado la cuestión de cómo debe ser el organismo de un hospital, para tratarla después con alguna detención, vamos inmediatamente a ocuparnos de un asunto muy esencial e importante, a saber: ¿cuál ha de ser su situación?

Hace algunos años abrigábamos nosotros la creencia de que el hospital debía estar situado allí donde hubiese más pobrerío; en el interior mismo de las ciudades. Porque, nos decíamos, es natural buscar la comodidad del pobre enfermo. Pero, luego que estudiamos detenidamente esta cuestión, hemos variado, por completo, en nuestro modo de pensar. He aquí las razones:

El hospital es un establecimiento insalubre de primera clase. Nadie lo pondrá en duda, y no creemos necesario exponer los motivos por los cuales es así considerado. De manera que no conviene al resto social tenerlo en el interior de la ciudad.

Tampoco y aún menos conviene a los enfermos de un hospital, estar respirando una atmósfera urbana que siempre es viciosa, y que lo será mucho más para ellos, debilitados por sus males, y viviendo en un medio de difícil salubrificación.

Los hospitales deben ser pues extra-urbanos, como los cementerios, y aquellos con mayor razón que estos últimos, según acabamos de verlo.

El argumento que oponen los que piensan de distinto modo está fundado en la gran distancia que debe hacerse recorrer a los enfermos, incompatible con sus afecciones.

Es claro que, si se habían de transportar los enfermos, como hoy se verifica, en coches, por sobre un pésimo empedrado (muchos llegan muertos al hospital, tal vez por causa de las trepidaciones del carruaje), no convendría situar el hospital extra-muros; pero si se pensase que se podría establecer un tramway, con el objeto expreso de conducir los enfermos; tramway que tuviese sus camas, su ventilación conveniente, que fuese, en pocas palabras, un pequeño hospital, ¡cuánta diferencia! Los enfermos serían conducidos suavemente hacia el paraje designado por la ciencia, sin que, entonces, presentase ningún inconveniente la distancia, por grande que ella fuese.

Vehículos
que circulaban durante la epidemia de 1871 en Buenos Aires.
Figura 5
Vehículos que circulaban durante la epidemia de 1871 en Buenos Aires.
Fuente: Pigna, F. (s.f.) Primeros casos de la Fiebre Amarilla en Buenos Aires. Recuperado de https://www.elhistoriador.com.ar/primeros-casos-de-la-fiebre-amarilla-en-buenos-aires/

A propósito de las trepidaciones, cuyas consecuencias deben sobrellevar más que nadie los enfermos que son conducidos al hospital, vamos a referir un hecho que puede servir para dar una idea de lo que sucederá frecuentemente en estos casos:

Durante la última epidemia de cólera fuimos, un día, a visitar el Lazareto del Buen Pastor. A nuestro regreso, veníamos por la calle de Belgrano, y nos encontramos con un coche de plaza que conducía dos coléricos, los cuales iban sentados en el asiento posterior del vehículo. Este, cuando las circunstancias lo permitían, giraba sus ruedas sobre los rieles que existen en dicha calle, mas cuando aparecía el tramway o por otra causa, abandonaba tan suave marcha y se lanzaba sobre el accidentado pavimento, dando enormes barquinazos. En el momento en que nosotros vimos a este coche fue en una de aquellas trepidaciones, pero entonces tan fuertemente producida, que hizo dar a uno de los enfermos un salto, cayendo este ¡quién sabe cómo! en el interior mismo del carruaje… ¡Tal vez llegó muerto al Lazareto!

Volviendo al sistema de establecer hospitales extra-urbanos, en relación directa con vehículos cómodos y expresos, apuntaremos la conveniencia que habría de perfeccionar este mismo sistema por medio de las habilitaciones de una o más casas de estación, con el objeto de que los enfermos muy graves o los que se presentasen a altas horas en la noche, recibiesen inmediatamente los cuidados indispensables al buen éxito de su curación.

En los Estados Unidos se ha adoptado, con mucha generalidad, el sistema de los hospitales extra-urbanos. Lo mismo en algunas ciudades de Alemania, entre las que se cuenta la progresista Leipzig.

Durante la guerra civil en los Estados Unidos, se vieron los norteamericanos conducidos a inventar un sistema de hospitales militares, como hasta entonces no se habían construido en el mundo.

La confección de estos hospitales debía, según ellos, responder a este principio de la ciencia: de nada sirven todas las mejores condiciones higiénicas de una sala de enfermos, si la ventilación falta; así como, se tiene mucho adelantado, si en una sala de enfermos existe una buena ventilación.

El mecanismo de que se valieron los norteamericanos es muy sencillo, y da los buenos resultados que de él deben esperarse.

Aunque nos hemos de ocupar de su estudio detenido en alguna de las conferencias subsiguientes, no queremos terminar esta, sin hacer de él una ligera reseña.

Esta descripción nos preparará al estudio detallado del organismo, es decir, de los elementos constitutivos de un buen hospital. Todo el secreto de la buena ventilación obtenida en los hospitales-barracas (así llamados a los que inventaron los norteamericanos durante la guerra), estriba en la disposición y condiciones de los techos y ventanas.

El techo de cada sala, formado, por dos láminas concurrentes, en ángulo diedro obtuso, no ajusta perfectamente en las paredes laterales de la sala, sino que, por el contrario, hay, entre estas y las láminas del techo, un espacio o una luz por donde debe salir afuera el aire calentado e infecto de la atmósfera interior. El aire más puro y fresco del exterior penetrará en la sala por la abertura de las ventanas que, para el efecto, serán construidas desde una altura regular de la pared hasta casi la superficie del suelo.

Indudablemente este sistema de ventilación, tan sencillo y tan eficaz, se funda en el experimento de Franklin, que mencionamos al ocuparnos de las corrientes aéreas. Si en una puerta o pared de una habitación cerrada, en la que se encuentren varios individuos, practicamos tres agujeros: uno en la parte inferior, otro en el centro, y otro en la parte superior, y si aplicamos a estos tres orificios, sucesivamente, de abajo hacia arriba, la llama de una vela, notaremos que, dicha llama tomará una dirección lateral de fuera hacia adentro, después permanecerá más o menos vertical, es decir, que no se desviará de su dirección normal, y, por fin, que la desviación se verificará de dentro hacia afuera.

El aire calentado de la sala de enfermos tenderá, pues, a subir y a escapar por las aberturas superiores, y el aire más denso, más puro y más fresco, penetrará por la porción inferior de las ventanas a ocupar el vacío que el primero va dejando.

Con el objeto de que esta última parte del proceso ventilatorio se lleve a efecto con regularidad y eficacia, es que se ha aconsejado el que las ventanas de un hospital, lleguen hasta muy cerca de la superficie de su suelo.

La gran solidaridad que existe entre todas las ciencias nos ha llevado, al principio de esta conferencia como en algunas anteriores, a emitir ideas que podrán, a primera vista parecer del resorte exclusivo de la ciencia económica.

La higiene pública y la economía política se dan la mano, y se oprimen entre sí tan fuertemente que, cuanto con más empeño se las mira, tanto más confundidas y aunadas se las ve.

Con el dinero o con su equivalente el trabajo, es preciso destruir todo lo que entorpece las funciones normales en la vida de los individuos, en otros términos: con el dinero se hace la higiene de los pueblos. También con la higiene de los pueblos, se consigue la economía y se labra la riqueza.

Ampliando aun más estas ideas, podemos decir que la higiene pública adelanta por el concurso de todas las ciencias (hasta la moral le presta su valioso auxilio); estas y la felicidad práctica de la humanidad reciben, a su vez, el impulso saludable de la higiene.

La filosofía que debe presidir a todos estos estudios y a sus aplicaciones, es lo que garantizará el asociado progreso científico .

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La presente transcripción a cargo de los editores modifica el texto original a fin de adecuarlo a las actuales reglas ortográficas. Las imágenes que acompañan al artículo fueron agregadas ya que el libro de 1874 no incluye ninguna.

Las conferencias del Dr. Guillermo Rawson dictadas en 1874 fueron “extractadas, anotadas y seguidas de un apéndice por Luis C. Maglioni”, para ser publicadas en 1876. Los fragmentos del texto original que aquí se presentan fueron seleccionados de la edición: Maglioni, L. C. (1876). Conferencias sobre Higiene Pública dadas en la Facultad de Medicina de Buenos Aires por el Dr. D Guillermo Rawson. París, Francia: Donnamette & Hatte.

Información adicional

CÓMO CITAR: Rawson, G. (2020). Conferencias sobre higiene pública (Selección) (Selección Oscar Bragos y Silvina Pontoni). A&P Continuidad, 8(14). doi: https://doi.org/10.35305/23626097v8i14.304

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